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 lo que queda

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MensajeTema: lo que queda   lo que queda I_icon_minitimeDom Oct 02, 2011 3:03 am

El papel de la burguesíaLos burgueses, nombre que se dio en la edad media europea a los habitantes de los burgos (los barrios nuevos de las ciudades en expansión), tienen una posición ambigua en la Edad Moderna. Una visión lineal, que tome como punto de llegada la Revolución Burguesa, les buscará emplazándose a sí mismos fuera del sistema feudal, como hombres libres que, en Europa, se hicieron poderosos gracias a la creación de redes comerciales que la abarcaban de norte a sur. Ciudades que habían conseguido una existencia libre entre el imperio y el papado, como Venecia y Génova, crearon verdaderos imperios comerciales. Por su parte, la Hansa dominó la vida económica del Mar Báltico hasta el siglo XVIII. Las ciudades eran islas en el océano feudal, pero el que la burguesía fuera realmente un disolvente del feudalismo, o más bien un testimonio de su dinamismo, al crecer con el excedente que los señores extraen en sus feudos, es un tema que ha discutido extensamente la historiografía.[14] El mismo papel de la ciudad europea durante la Edad Moderna puede considerarse un proceso de larga duración dentro del milenario proceso de urbanización: la creación de una red urbana, preparación necesaria para el cumplimiento de las funciones sociales del mundo industrial moderno. A la línea de meta llegaron con ventaja metrópolis como Londres y París en el siglo XVIII; por el camino quedaron rezagadas, sin capacidad de articular una economía nacional de dimensiones suficientes para el despegue industrial, ciudades relegadas a la condición de semiperiféricas: Lisboa, Sevilla, Madrid, Nápoles, Roma o Viena; o, con otras características funcionales, independientemente de su tamaño, las de la periferia euro-mediterránea: Moscú o San Petersburgo, Estambul, Alejandría o El Cairo; y las de la arena exterior, tanto en espacios ajenos a la colonización europea (Pekín) como las ciudades coloniales.[15]

Aunque la diferencia de posición económica era enorme entre alta burguesía, baja burguesía y plebe empobrecida, no lo estaba en muchos extremos por su condición social: todas eran pueblo llano. La diferenciación entre burguesía y campesinado es aún más significativa, pues fuera de las ciudades es donde vivía la inmensa mayoría de la población, dedicándose a actividades agropecuarias de muy escasa productividad, lo que las condenaba a la invisibilidad histórica: la producción documental, que florece de forma extraordinaria en la Edad Moderna (no sólo con la imprenta, sino con la fiebre burocrática del estado y de los particulares: registros económicos, protocolos notariales...) es esencialmente urbana. Los fondos de los archivos europeos empiezan ya a competir en densidad de fuentes documentales con enorme ventaja frente a los chinos, de milenaria continuidad.

También puede verse a la burguesía como un aliado del absolutismo, o como un agregado social sin verdadera conciencia de clase, cuyos individuos prefieren la "traición" que les permite el ennoblecimiento por compra o matrimonio, sobre todo cuando la ideología dominante persigue el lucro y santifica la renta de la tierra.[16] Su papel como agente revolucionario había ocasionado las revueltas populares urbanas de la Edad Media, y continuará vivo pero errático en las de la Edad Moderna, algunas teñidas de ideología religiosa, otras de revuelta antifiscal o incluso de motines de subsistencia.[17]

En otros continentes, la caracterización social de una clase definida por su actividad urbana, su identificación con el capital y la condición de no privilegiada, es mucho más problemática. No obstante, se ha aplicado el término en Japón, cuya formación económico social ha sido asimilada al feudalismo, y con muchas más dificultades en China, aunque las interpretaciones de su historia están muy vinculadas a posiciones ideológicas.

El mundo islámico tenía desde sus orígenes una fuerte componente comercial, con un desarrollo impresionante de las rutas a larga distancia (navieras y caravaneras), y una artesanía superior a la europea en muchos aspectos, pero el desarrollo de las fuerzas productivas demostró ser menos dinámico, y con éstas la dinámica social. Los mercaderes árabes o el zoco, sin dejar de ser bullicioso y reflejar el descontento popular en periodos de crisis, no estuvieron nunca en condiciones de significar un desafío a las estructuras.

América fue desde el comienzo de su colonización una tierra de promisión donde hacer experimentos de ingeniería social. Las reducciones jesuíticas o los peregrinos del Mayflower son casos extremos, siendo el fenómeno más importante la ciudad colonial hispánica, con su urbanismo trazado a cordel a partir de una amplia Plaza Mayor sobre tierras vírgenes o ciudades precolombinas, a veces incluso convirtiéndose en ciudad peregrina, cambiando su emplazamiento por terremotos o condiciones sanitarias. Es posible encontrar la formación de una burguesía en América durante la Edad Moderna, en las colonias británicas del norte, y en los criollos hispanoamericanos, que impulsarán los procesos de independencia y contribuirán decisivamente al final del Antiguo Régimen y la plasmación de los valores de la Edad Contemporánea.

Las exploraciones patrocinadas por las monarquías europeas (en Portugal, el caso precoz de Enrique el Navegante), y protagonizadas por personajes como Cristóbal Colón, Juan Caboto, Vasco de Gama o Hernando de Magallanes, se aventuraron en mares desconocidos y llegaron a tierras que eran desconocidas por los europeos, aprovechando una serie de mejoras náuticas: la brújula y la carabela. La relación que el espíritu individualista y la búsqueda la fama pudieran tener con los valores burgueses no es tan clara: no supone ninguna novedad desde tiempos de Marco Polo y tiene posiblemente más relación con el espíritu caballeresco y los valores nobiliarios de la baja edad media.[18] Aprovechando sus descubrimientos, España, Portugal y Holanda primero, y Francia e Inglaterra después, construyeron imperios coloniales, cuyas riquezas, sobre todo la extracción de oro y plata de América, estimularon aún más la acumulación de capital y el desarrollo de la industria y el comercio, aunque a veces más fuera del propio país que dentro, como fue el caso de la castellana, que sufrió las consecuencias de la Revolución de los Precios y una política económica, el mercantilismo paternalista que busca más la protección del consumidor (y de los privilegiados) que la del productor.

Fuera de Inglaterra y Holanda, en el siglo XVII, la burguesía tenía un poder económico relativo, y ningún poder político. No sería propio decir que llegó a sus manos ni siquiera cuando reyes como Luis XIV empezaron a llamar a burgueses como ministros de estado, en vez de la vieja aristocracia.


El Sultán del Imperio otomano Solimán el magnífico, vencedor de la batalla de Mohács (1526), tras la que ocupa Hungría y sitia Viena. Los soldados que le sirven de guardia son los temibles jenízaros. Su expansión militar y territorial le convirtieron en un monarca tan poderoso como pudiera serlo Carlos V del Sacro Imperio romano, y con un control interno sobre sus dominios no menor en cuanto a supremacía. No obstante, su sistema político no es comparable con la monarquías autoritarias de la Europa Occidental, que están en una dinámica muy diferente.
El papa Paulo III reconcilia a Francisco I de Francia con el emperador Carlos V (Tregua de Niza, 1538), en un cuadro de Sebastiano Ricci (1688). La enemistad de los dos soberanos resultó en el inicio de un siglo de hegemonía de la Monarquía Católica, pero también en la imposibilidad de una restauración del Sacro Imperio romano. El poder papal, desafiado por la Reforma, subsistirá.
La familia de Felipe V, de Louis-Michel van Loo, nos recibe en estudiada pose en un ambiente barroco. La imagen sirvió como comunicación familiar con los Borbón de Francia. El pacto de familia que mantuvieron ambas ramas de la dinastía hasta la ejecución de Luis XVI demuestra cómo los intereses nacionales (de unas naciones aún no construidas) se postergaban ante los dinásticos. Territorios y súbditos podían intercambiarse por un tratado sin consultar a nadie más que a su soberano. Algún rey prefería perder sus estados antes que gobernar sobre herejes (Felipe II de España) mientras que otro compraba París por el buen precio de una misa (Enrique IV de Francia).
El emperador chino Kangxi, cuyo reinado, de 1662 a 1722 fue comparable en duración al de Luis XIV de Francia, aunque indiscutiblemente, China era mucho más poderosa y extensa. La existencia de las potencias europeas ya no podía ser ignorada, y se vio forzado a mantener un equilibrio fronterizo con Rusia en Asia Central y a frustrar las pretensiones proselitistas del papado. La formación económico social china no podrá sostener la presión expansiva de Europa en el siglo siguiente.[editar] El poder de los reyesEn Europa Occidental, desde finales de la Edad Media algunas monarquías tienden a la formación de lo que a finales de la Edad Moderna podrá identificarse como estados nacionales, en espacios geográficamente definidos y con mercados unificados de una dimensión adecuada para la modernización económica. Sin llegar a los extremos del nacionalismo del siglo XIX y XX, la identificación de algunas monarquías con un carácter nacional se hace evidente, y se buscan y exageran esos rasgos, que pueden ser las leyes y costumbres tradicionales, la religión o la lengua. En ese sentido van la reivindicación de la lengua vernácula para la corte de Inglaterra (que durante toda la Edad Media hablaba el francés) o la argumentación de Nebrija a los Reyes Católicos en su Gramática Castellana de que, deben imitar a Roma y al latín porque la lengua va con el imperio (originándose una serie de orgullosas defensas del español en actos diplomáticos).[19]

Este proceso no fue ni continuo ni sin altibajos, y no estaba claro en sus comienzos si iba a triunfar la Idea Imperial de Carlos V, el mosaico multinacional dinástico de los Habsburgo o la expansión europea del Imperio otomano. Si en el siglo XVIII parecían fuertemente establecidos los actuales Estados de España, Portugal, Francia, Inglaterra, Suecia, Holanda o Dinamarca, nadie podía haber previsto el destino de Polonia, repartido entre sus vecinos. Los intereses dinásticos de las monarquías eran cambiantes y produjeron a lo largo de la Edad Moderna inacabables intercambios de territorios, por razones bélicas, matrimoniales, sucesorias y diplomáticas, que hacían que las fronteras fueran cambiantes, y con ellas los súbditos.

El aumento del poder de los reyes se centró en tres direcciones: eliminación de todo contrapoder dentro del Estado, expansión y simplificación de las fronteras políticas (el concepto de fronteras naturales) en competencia con los demás reyes, y eliminación de estructuras feudales supranacionales (las dos espadas: el Papa y el Emperador).

Las monarquías autoritarias intentaron liquidar a toda posible oposición. En el siglo XVI aprovecharon la Reforma Protestante para separarse de la Iglesia Católica (principados alemanes y monarquías escandinavas) o bien para identificarse con ella (la monarquía del Rey Cristianísmo de Francia o la del Rey Católico de España), aunque no sin conflictos (como prueba las polémicas en torno al regalismo, o el galicanismo). La monarquía inglesa del Defensor de la Fe (Enrique VIII, María Tudor e Isabel I) intentó alternativamente una u otra opción para decantarse finalmente por una salida intermedia entre ambas (el anglicanismo). Los reyes intentaron imponer la unidad religiosa a sus súbditos: en España los Reyes Católicos expulsaron a los judíos y Felipe III a los moriscos, en Inglaterra el anglicano Enrique VIII persiguió a los católicos, y en Francia Richelieu persiguió a los protestantes. El principio cuius regio eius religio (la religión del rey ha de ser la religión del súbdito) fue el director de las relaciones internacionales desde la Dieta de Augsburgo, aunque no consiguió evitar las guerras de religión hasta la firma de los Tratados de Westfalia (1648).

Otro frente de batalla fue la nobleza, que en ocasiones se resiste al aumento del poder real, como en la Guerra de las Comunidades de Castilla (1521), la Fronda francesa de 1648, o las conspiraciones con ocasión de la crisis de 1640 contra el Conde-Duque de Olivares en distintos puntos de la Monarquía Hispánica. No debe interpretarse esto como una identificación de los intereses de clase de la burguesía y la monarquía, que puede apoyarse en ella, sabiendo que es su principal fuente de ingresos, pero, al menos en las zonas en que puede hablarse de sociedades de Antiguo Régimen, se identifica mucho más claramente con los intereses de la clase dominante: los privilegiados (nobleza y clero). En esas mismas ocasiones las revueltas también mostraron un componente de particularismo regional que se opone a la centralización, la resistencia de instituciones que pueden funcionar como contrapeso a la corona (Parlamentos judiciales o legislativos), o un carácter antifiscal. En el caso más favorable al poder real, el francés, resultó en una monarquía absoluta identificada con eln estado unitario y centralizado. Mientras tanto, primero en Holanda (tras su independencia) y luego en Inglaterra (tras la Guerra Civil Inglesa) se experimenta el funcionamiento de la monarquía parlamentaria en respuesta a otra formación económico social.


El regicidio del inca Atahualpa, tal como la dibujó Felipe Guamán Poma de Ayala, en su Nueva Crónica y Buen Gobierno, un excepcional documento de la visión indígena de la Conquista de América, descubierto en 1908
El rey don Sebastián I de Portugal, que a pesar de haber muerto en Alcazarquivir, junto a otros dos reyes (estos musulmanes), "reapareció" en la figura de un pastelero de Madrigal y permaneció siempre vivo y eternamente joven en el imaginario popular, como los héroes homéricos o el Che Guevara en el siglo XX (sin olvidarnos de héroes populares como Elvis Presley, Marilyn Monroe, James Dean, Jim Morrison o John Lennon).En lo externo, los imperios europeos buscaron ampliar sus horizontes territoriales. España se construyó un Imperio en América. Portugal y Holanda fundaron factorías, núcleos de futuras ciudades, en diversos puntos costeros diseminados por todo el mapa terrestre. Francia e Inglaterra intentaron entrar en la India, al tiempo que fundaban colonias en lo que después serán Estados Unidos y Canadá. La pugna por el complejo mapa de político europeo fue incesante, desgastando las energías sociales extraídas a través de los impuestos en cruentas conflagraciones cuyo fin podía ser el predominio dinástico, religioso o el mantenimiento o la discusión de la hegemonía continental, en la que se sucedieron España y Francia, con la irrupción local de potencias locales (Dinamarca, Suecia, Polonia...). Los escenarios de las conflagraciones europeas fueron preferentemente los atomizados espacios políticos de la península italiana y centroeuropa, surgiendo en ésta las potencias rivales de Austria y Prusia, cuyo futuro no se dilucidará hasta bien entrada la Edad Contemporánea.

Frente a todo esto, las viejas estructuras supranacionales medievales hicieron crisis. La Iglesia Católica fue incapaz de mantener unida a Europa bajo su dominio aunque los Estados Pontificios subsistieron con una influencia incomparablemente superior a su peso temporal, y el Sacro Imperio Romano Germánico, después del frustrado intento por restaurarlo de Carlos V, fue prácticamente desmantelado por el Tratado de Westfalia de 1648. El Imperio siguió existiendo teóricamente hasta 1806, pero en los hechos no era más que una presencia nominal en el mapa internacional, sin poder efectivo.

[editar] El Rey ha muerto, ¡viva el Rey!Esta fórmula, que garantizaba la continuidad de la monarquía hereditaria, es también un reflejo de los límites del Estado que se pretende construir por una monarquía con aspiraciones absolutistas.[20] En todas las civilizaciones, el momento de la muerte de los reyes (o su agonía, o su falta de sucesión) ha dado históricamente origen a problemas sucesorios, e incluso guerras.


El condottiero Bartolomeo Colleoni, con gesto adusto contempla Venecia desde su caballo en el famoso bronce de Verrocchio. Los ejércitos mercenarios, verdaderas empresas dirigidas con criterios protocapitalistas, se alquilaban al mejor postor en la Italia del Renacimiento. La caballería medieval quedaba para los ejercicios literarios.
Guerrero japonés fotografiado por Felice Beato en la década de 1860. Tras una primera apertura, que incluyó la evangelización hispano-portuguesa, Japón se cerró a todo tipo de contactos con los extranjeros en 1641 con la política sakoku (con la mínima excepción de la importación de libros y el consentimiento de intercambios con los holandeses de la isla artificial de Dejima), y siguió considerando las armas de fuego como bárbaras y primitivas, prefiriendo las tradicionales del samurái hasta la restauración Meiji del siglo XIX.La posibilidad de dar muerte al rey era un hecho todavía más grave, y la lesa majestad sancionada con la peor de las condenas (el suplicio de los regicidas como Ravaillac era particularmente doloroso). La mera consideración de ese argumento en la ficción garantizaba el interés de las truculentas tragedias de Shakespeare, en las que el usurpador encuentra su merecido castigo (Hamlet o Macbeth) sobre todo en la corte de Isabel I de Inglaterra, siempre vigilante contra reales o imaginarias conspiraciones contra su vida.

En la mayor parte de las culturas, dar muerte al rey estaba reservado como mucho a los enfrentamientos caballerescos con otro rey en el campo de batalla (por ejemplo, a pesar de algunos detalles ruines, el fratricidio de Enrique de Trastamara sobre Pedro I el cruel), cosa que en la Edad Moderna raramente se producía pues no solían arriesgarse (la muerte de Enrique II de Francia en un torneo entra dentro de los accidentes deportivos, y el apresamiento en la batalla de Pavía de Francisco I, que se quejaba de que Carlos V no entrara en liza personalmente con él, es algo excepcional). Por eso impactó tanto a toda Europa la temprana muerte de Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. Este hecho además, estuvo en el origen de la decadencia portuguesa (el ejército quedó destruido y su tío Felipe II se impuso como heredero incorporando el reino a la Monarquía Hispánica, que desperdició lo mejor de la flota en la Armada Invencible y enfrentó el imperio colonial a la rapiña de sus enemigos ingleses y holandeses). También fue el origen de un curiosísimo movimiento social, el sebastianismo, muy popular entre los campesinos y clases bajas, que reivindicaba su presencia oculta y su mesiánica vuelta. Un movimiento idéntico tuvo lugar en Rusia, donde periódicamente aparecían falsos Dimitris reclamando ser el zarevitch heredero de Iván el Terrible. Estos movimientos (similares a otros movimientos milenaristas o mesiánicos, como los asociados al imán oculto en la religión islámica) acogían todo tipo de reivindicaciones populares que aprovechaban la oportunidad de expresarse en asociación con un concepto idealizado de la monarquía paternalista. Era difícil concebir que de la sagrada figura de un rey pudiera venir algo malo. Todo mal se atribuye a los malos consejeros, o al secuestro de la voluntad del rey (la leyenda de La máscara de hierro). Los validos son las figuras más odiadas. En la Edad Moderna la discrepancia más atrevida solía ser el grito Viva el rey y muera el mal gobierno. En otras civilizaciones, se opta por separar radicalmente la figura del gobernante de derecho, que pasa a ser una figura únicamente decorativa (el Califa en el Islam y el Emperador en Japón) y el gobernante de hecho, que pasa también a ser hereditario y solemnizarse (el Sultán otomano o el shōgun en Japón)


La rendición de Breda o Las Lanzas, de Velázquez, 1636. Uno de los episodios gloriosos que se celebraban en el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro de Madrid.[21] Los tercios de Ambrosio de Spínola, que exhiben enhiestas sus picas, consiguieron desalojar de la plaza fortificada que se adivina humeante al fondo, a las tropas holandesas de Justino de Nassau, en uno de los últimos triunfos de las armas españolas, abocadas al fin de su hegemonía.
Maqueta de la Citadelle de Lille (1667). Louis Le Grand la voulut, Vauban la dessina, Simon Vollant l'édifia (Luis XIV la quiso, Vauban la diseñó y Simon Vollant la edificó). Uno de los ejemplos más acabados de las fortificaciones contra la artillería, que superaban el concepto medieval de muralla (fosos y muros almenados que rodeaban una ciudad, con cubos o torres a intervalos regulares) por una ingeniosa geometría (que comenzó llamándose "traza italiana") a la que se añadían baluartes avanzados y contramedidas para las minas que excavaban los zapadores asaltantes.Lo que es una gran novedad de la Europa de la Edad Moderna es convertir la muerte del rey en algo teorizable, entroncándolo con la Antigüedad clásica. El tiranicidio se justificó por el Padre Mariana, de la Escuela de Salamanca, en un libro[22] que dedicó a la instrucción del futuro Felipe III, y que fue ampliamente divulgado más fuera que dentro de España, utilizándose sus argumentos en la justificación de la rebelión de los Países Bajos y más adelante incluso, en las dos grandes revoluciones del siglo XVIII (americana y francesa), que siempre pusieron buen cuidado de legitimarse por oposición a la pérdida de legitimidad del rey contra el que se rebelan, de una manera no tan distinta a como vasallos y señores feudales se aplicaban recíprocamente el concepto de felonía. En el himno de Holanda, Guillermo de Orange dice: "al rey de España siempre honré" - Den Koning van Hispanje/ Heb ik altijd geëerd, y los revolucionarios americanos dedican toda la primera parte de su Declaración de Independencia a convencer al mundo de que no les queda otra salida.

El respeto sacral que a la figura de los reyes se guardaba en Europa no se aplicaba por los conquistadores a los caciques, reyes o emperadores americanos, todos ellos considerados por los europeos como «indígenas paganos», cuya soberanía podía ser discutida sólo con que se negaran a atender el Requerimiento. Así no hubo mayor inconveniente en extorsionar, torturar y matar a Hatuey, Atahualpa y Moctezuma (menos aún en sofocar las revueltas posteriores a la conquista, incluso en fechas tan tardías como la de Túpac Amaru II, que enlaza ya con los gritos de la independencia americana). Pero andando el tiempo también el viejo continente presenció algunos regicidios notables, como los de Guillermo de Orange, Enrique III y Enrique IV de Francia, a manos de fanáticos, y los judiciales de María Estuardo y Carlos I de Inglaterra. Cuando la guillotina caiga sobre Luis XVI, la Edad Moderna ya habrá terminado, comprobándose que la sangre azul es igual que cualquier otra.

En América las revoluciones independentistas que comenzaron en 1776 con la sublevación de las trece colonias británicas que dieron origen a los Estados Unidos y se extendió con la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824), que dieron origen a las primeras naciones latinoamericanas, fusionaron la idea de independencia con la oposición radical a la monarquía y el derecho al regicidio. El resultado fue la aparición de una cantidad de repúblicas sin precedente en la Historia Universal.

[editar] Revolución militarTambién el arte militar experimentó profundos cambios, que fueron correlativos a los cambios políticos que se vivían en ese tiempo. La introducción de las armas de fuego marcó el final de la época de los caballeros feudales, y el inicio del predominio de la infantería. Aunque los primeros usos de la pólvora fueron en China, su empleo militar fue fundamentalmente europeo durante la Edad Moderna. El código del honor del caballero medieval veía las armas de fuego como un insulto a la valentía, que permitía abatir al mejor caballero por el más ruin villano mercenario, pero su aceptación, desarrollo y sofisticación en Europa es una de las claves de su expansión durante la Edad Moderna. Los cambios sociales que produjo en su interior terminaron, paradójicamente, incluyendo su uso en los duelos por honor.


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